Antropología feminista de la salud y el estudio del ciclo menstrual.

La antropología médica o de la salud con enfoque feminista, es una disciplina centrada en el estudio de las mujeres y de los procesos de salud-enfermedad-atención que las afectan, los procesos de salud-enfermedad-atención son el conjunto de representaciones y prácticas culturalmente estructuradas de las que cualquier sociedad se dota para responder a las crisis derivadas de la enfermedad y la muerte, donde también se incorporan los procesos de atención. A partir de los aportes de dos referentes de la antropología feminista de la salud como Marcia Inhorn y Mari Luz Esteban, se revisaron los hallazgos de una investigación cualitativa sobre del ciclo menstrual, en la que se realizaron 20 entrevistas a mujeres de 16 a 44 años, entre 2013 y 2014, en el municipio de Madrid. El análisis muestra cómo la menstruación es un claro ejemplo de la esencialización reproductiva de las mujeres, del reduccionismo biológico, de la medicalización de los cuerpos de las mujeres y, sobre todo, de su uniformización.

El objetivo de esta investigación cualitativa ha sido una primera aproximación a las percepciones acerca del ciclo menstrual de este grupo de mujeres, tratando de recabar sus visiones y experiencias cotidianas. El principal interés fue desvelar las subjetividades en torno a este proceso y cómo se relacionan con las condiciones sociales y culturales en las que se generan. Se realizaron 20 entrevistas con una duración de 60 a 90 minutos, a mujeres de 16 a 44 años que vivían en la Comunidad de Madrid. Se excluyeron aquellas con patologías graves, ginecológicas u otras, con tratamientos menstruales como métodos anticonceptivos, consumidoras de drogas, y deportistas de elite, pues estas circunstancias interaccionan en sus ciclos además de generar experiencias particulares que alejarían el estudio de una panorámica general.

La gran paradoja: el ámbito reproductivo ha sido el más estudiado en la vida de las mujeres y sin embargo, existe una escasez de estudios sobre la menstruación.

El ciclo menstrual ha sido, sobre todo, objeto de estudio y análisis como proceso fisiológico que permite la reproducción biológica. Han sido especialidades sanitarias, como la ginecología y la obstetricia, las que mayormente han llevado a cabo estos trabajos. Sin embargo, su estudio se ha centrado en su inicio y fin: menarca y menopausia, obviándose cómo se produce a lo largo de este periodo, que ocupa casi la mitad de los ciclos vitales de las mujeres (de 35 a 40 años) y, por tanto, constituye un proceso cotidiano, habitual, ordinario. Otros acercamientos sanitarios se han centrado en lo que se ha definido como las patologías de la menstruación: los ovarios poliquísticos, la dismenorrea, el síndrome premenstrual o la píldora anticonceptiva con lo que nuevamente se prioriza el estudio de la anormalidad frente a la normalidad en el cuerpo de las mujeres.

Otras disciplinas sociales han ido más allá del interés por estudiar esta dimensión fisiológica y se han acercado a las representaciones sociales en torno al ciclo menstrual y las vivencias de las mujeres, sin embargo, son pocos los estudios que se han realizado al respecto. Conocer estas perspectivas resulta relevante teniendo en cuenta la carga de prejuicios y tabúes que históricamente han estado ligados a la menstruación (y por ende al cuerpo de las mujeres). Aunque en los últimos años hayan proliferado los textos y noticias en medios de comunicación acerca del ciclo menstrual, muchos de ellos con una fuerte vocación reivindicativa y que visibilice de esta realidad de la vida de las mujeres, no se han acompañado de un aumento de las investigaciones acerca del tema. Sin duda se habla más de la menstruación y se ha ampliado el discurso, pero daría la impresión de que se siguen repitiendo los mismos tópicos, se generalizan determinadas experiencias y visiones, se continúan omitiendo las voces de las propias mujeres y se olvida la necesidad de conocer en mayor profundidad y con mayor rigurosidad este proceso.

La menstruación hace presente el cuerpo en la vida de las mujeres.

En las entrevistas, las mujeres señalan cómo la menstruación las hace conscientes de sus cuerpos. Esto lo van a expresar de distintas formas: unas señalando las imposiciones que pone el cuerpo menstruante en sus vidas; otras, mostrando las tensiones entre el cuerpo y sus deseos. A algunas, la menstruación les obliga a hacer algunos cambios en sus vidas, escuchar y atender lo que les digan sus cuerpos, es uno de los aprendizajes que han ido haciendo a lo largo de sus vidas. Otras mujeres, reflexionan acerca de la influencia de las hormonas en sus cuerpos, en sus estados de ánimo; ellas tienen una postura crítica y abogan por negarse a atribuir de manera sistemática sus cambios emocionales a este hecho. El papel de las hormonas no sería algo estático e inamovible, sino que interacciona con agentes externos. El estrés, la sobrecarga laboral y/o por cuidados, etc., en definitiva, las condiciones de existencia y los eventos vitales influyen en el funcionamiento del sistema neuroendocrino. Desde esta posición aceptarían los cambios asociados al ciclo menstrual, pero negándose a asumir el determinismo biologicista que implica estar a merced de sus ciclos y de los cambios hormonales. Advierten que esta visión esencialista es un obstáculo para el desarrollo de un mayor control sobre sus cuerpos, manifestando la importancia de aceptar y pactar con las necesidades del propio cuerpo y con los cambios que pueden ir ligados al ciclo menstrual, superando así las visiones reduccionistas que han acompañado tradicionalmente a los estudios sobre los cuerpos de las mujeres. 

La reafirmación de lo biológico como proceso cultural: las imbricaciones entre la biología y lo psicosocial en la menstruación.

Las mujeres afirman en distintos momentos de las entrevistas que, aunque la menstruación sea un proceso biológico, interactúa con otras circunstancias de sus vidas, sus condiciones, las visiones que han interiorizado sobre la menstruación, mostrando una relación dialéctica.

Aunque disponen de escasa información sobre los factores que influyen en el ciclo menstrual, afirman que habría distintas condiciones que agrupan bajo la categoría de estrés (como la sobrecarga, el exceso de trabajo, las épocas de exámenes, los problemas de relación…) que intervienen en estos cambios. Así, en los últimos años, están surgiendo estudios sobre la existencia de relaciones entre los factores ocupacionales, así como las condiciones medioambientales, con la salud, y especialmente con el ciclo menstrual, destacando la relación tan significativa con los xenoestrógenos. Sin embargo, estos discursos no se han difundido ni popularizado y las mujeres no los mencionan, ni siquiera aquellas que disponen de mayor información sobre el ciclo menstrual porque han estado en grupos o en colectivos activistas acerca de la menstruación. Nuevamente habría que plantear la escasez de investigaciones sobre estos factores y, específicamente, de aquellas que expliquen los mecanismos de estas interacciones.

Respecto a estos cambios que las mujeres perciben, pareciera que de alguna manera viven una especie de lucha y resistencia respecto a estos cambios, que remite a la idea de “cuerpo como campo de batalla”, con toda la tensión y presión que esta puede generar. En este sentido, algunas mujeres proponen un cambio de actitud y cierta rebelión respecto a los modelos sociales que obligan a mantener un estado físico y emocional plano y lineal, un ánimo “positivo” y controlado de manera constante, una actividad y productividad sin tregua. Estos patrones propios de una sociedad capitalista, y profundamente enlazados con la masculinidad tradicional, acaban convirtiéndose en un impedimento para experimentar el dolor, la tristeza, la vulnerabilidad, el cansancio y la amplia gama de emociones y posibilidades humanas. 

Las mujeres incorporan en sus discursos la función de las hormonas en el ciclo menstrual, así como en las variaciones anímicas y físicas asociadas. Sin embargo, resulta llamativo que aluden a estas de manera vaga y genérica ya que, en realidad, cuentan con escasa información sobre el funcionamiento del sistema neuroendocrino y su relación con las distintas etapas del ciclo menstrual. Todas las mujeres recuerdan que en alguna de las clases de ciencias naturales les explicaron las fases del ciclo menstrual, aunque ahora -en la entrevista- no sean capaces de repetir las características de cada una y las hormonas que intervenían. Todas reclaman que se tendría que dar una información más práctica y asequible. Si seguimos a la biología, se observa que el ciclo menstrual estaría conformado por dos conjuntos de procesos: por un lado, aquellos que tienen lugar en el ovario y el útero de la mujer -entre los que se encuentra la descamación y sangrado del endometrio del útero- y, por otro, los que se producen en distintos órganos del cuerpo. Ambos están regulados por la segregación de una serie de hormonas que interaccionan con determinados componentes neuroendocrinos (como neurotransmisores y otras hormonas) ocasionando que aparezcan cambios en distintos órganos y partes del cuerpo, lo que se conoce como la acción periférica. De ahí, que la médica endocrinóloga Carme Valls, hable de “la armonía del ciclo en el cuerpo de las mujeres” para indicar que las hormonas que habían sido asociadas tradicionalmente solo a la menstruación intervienen en numerosos procesos como los estados de ánimo, la termorregulación o la eliminación o acumulación de sustancias y líquidos. Sin embargo, en la mayoría de los manuales y libros solo se habla del primer proceso: aquel que tiene lugar en los ovarios y en el útero, reduciendo y simplificando la menstruación y generando así más confusión que certeza.

Superando el esencialismo reproductivo: la menstruación no es solo un proceso reproductivo.

La menstruación ha sido conceptualizada, principalmente. como un proceso cuya utilidad y finalidad en el cuerpo de las mujeres es la reproducción, de ahí que también se conozca como ciclo reproductivo, y así figura en los principales manuales de ginecología, señalando su relación con la fecundidad. Afortunadamente, van apareciendo textos que mencionan que la menstruación tiene también otras funciones en el cuerpo de las mujeres, es un proceso “vital”. De este modo, se plantean dos posibilidades: los cuerpos de las mujeres funcionan bien con sus ciclos menstruales (como sugerimos anteriormente) y los ciclos menstruales no tienen como única y exclusiva función la fecundidad o maternidad, de manera que puede haber mujeres que tengan la menstruación y no quieran o no lleguen a ser madres. Sin embargo, algunas entrevistadas señalan que la única explicación que recibieron acerca de la menstruación es que esto les permitiría ser madres. Sin embargo, la menstruación sigue presentándose como el proceso que permite ser madre, aunque sea algo alejado en el momento de su llegada en la preadolescencia, y como si la fecundidad o la maternidad dependieran principalmente de este proceso biológico. Esta mirada de la menstruación, como un proceso reproductivo, también está anclada en todos los consejos que recibieron las mujeres acerca de que la menstruación marcaba el inicio de su reconocimiento como seres sexuales. Así se les indica que tienen que “cuidarse” o “guardarse”, sin explicitar de qué ni cómo, aunque en ocasiones se señala: “de la sexualidad de los hombres”, conformando una experiencia de temor acerca de los hombres, de sus cuerpos y de las relaciones sexuales.

Si bien es cierto que la menstruación viene a marcar que el cuerpo de las mujeres se ha desarrollado y que sus genitales están maduros no solo para la reproducción sino también para la sexualidad, esto debería conducir a interrogarnos acerca de que a estas edades (incluso previamente) habría que empezar a hablar de sexualidad con las niñas y, habría otro desafío sobre cómo proponer discursos que reconozcan que una de las funciones podría ser la posibilidad de quedarse embarazada pero desde marcos más positivos, que no asociaran el cuerpo con algo a ocultar, o la sexualidad como algo negativo que solo va a traer peligros (como el embarazo). Se proyecta entonces sobre las niñas y adolescentes el miedo a un embarazo no deseado, pero sin construir con ellas posibilidades y recursos para protegerse e ir construyendo sus propias opciones y decisiones. Este tipo de comunicación está repleta de alusiones veladas y opacas a la sexualidad, pero sin hacer referencias claras y explícitas, y sin establecer un verdadero diálogo. Las mujeres entrevistadas ante este nudo quieren disponer de explicaciones e información, procedentes tanto del ámbito sanitario como educativo, así como de la sociedad en general, que les permita hablar y ver sus menstruaciones como procesos normales. Ellas saben, aunque no puedan explicar cómo, que sus cuerpos están bien cuando les viene la menstruación.

El inicio de la medicalización de las vidas de las mujeres a partir de la menarca.

Aunque se ha escrito mucho sobre el proceso de medicalización de las vidas de las mujeres, esta aproximación a la menstruación pone de manifiesto cómo las intervenciones educativas, sociales, culturales y sanitarias se han dirigido tanto a controlar los cuerpos de las niñas-mujeres como a incorporarlas bajo el conocimiento experto. Los mensajes que recibieron las niñas-mujeres cuando les llegó la menstruación se han centrado en que a partir de ese momento tienen que dejar de ser niñas y asumir ciertas responsabilidades que conlleva el ser mujeres, muchas de las cuales se centran en la higiene. 

Entre las responsabilidades que conlleva el paso a ser mujer se encuentran que sus menstruaciones no solo no se noten, sino que sean invisibles e inoloras, de ahí todas las prescripciones higiénicas (enfatizadas y recreadas en la publicidad existente en los medios de comunicación). Aquí aparece cómo se van incorporando estas cargas con el tabú cultural e histórico que asocia menstruación con suciedad e impureza. El tabú también se manifiesta en que los cuidados higiénicos y del dolor o las molestias que causa la menstruación son los temas mayormente legitimados a la hora de construir relatos sobre la menstruación. La insistencia en la higiene realza la visión de la mujer limpia que trata de eliminar las impurezas de su vida. En relación con las ideologías cristianas, el dolor y las molestias se articulan con la idea de que el cuerpo de las mujeres está diseñado para el sufrimiento, para ser vivido más desde la enfermedad y así precozmente las niñas se convierten en dolientes y consumidoras de fármacos que alivien estas molestias (como decía una de las entrevistadas, resulta común que les ofrezcan a la vez la compresa o el tampón y el ibuprofeno). Entonces cabría cuestionarse ¿dónde está la normalidad y la salud del ciclo menstrual? ¿No sigue siendo la menstruación uno de los bastiones de la medicalización de los cuerpos de las mujeres?

Otra forma en que se inicia esta medicalización, según nos refieren las mujeres entrevistadas, es que, a partir de la menarca, sus madres las animan a empezar las visitas al sistema sanitario, como una más de las responsabilidades que tienen que ir incorporando en sus vidas. Este hecho muestra cómo las mujeres tempranamente empiezan a desarrollar una cultura de autocuidado que conlleva no solo a iniciar un seguimiento preventivo ginecológico sino también iniciar una observación y registro de las características de sus menstruaciones, principalmente, a través de aplicaciones informáticas. Con esta información las mujeres acuden al personal sanitario experto para que les informe si todo lo que sucede en su cuerpo funciona correctamente. Sin embargo, en el sistema sanitario las respuestas que encuentran son bien distintas. Allí la única respuesta que reciben es que “todo es normal”, lo cual puede retrasar el diagnóstico de problemas de salud (carencias nutricionales, exposición a disruptores endocrinos) y de enfermedades, como puede ser la endometriosis. Probablemente, esto también esté en relación con la falta de información del personal sanitario sobre las características del ciclo menstrual saludable. De modo que, ante cualquier demanda o problema de la mujer como dolor, sangrado abundante e irregularidades, la única respuesta es la prescripción de la píldora anticonceptiva, iniciándose su consumo a edades tempranas y manteniéndose durante muchos años, siendo uno de los más claros ejemplos de medicalización de la vida de las mujeres. 

Hacia la superación de visiones patológicas del cuerpo de las mujeres.

Emily Martin es una de las primeras antropólogas en plantear, desde un brillante examen marxista, cómo los cuerpos de las mujeres, particularmente como cuerpos reproductivos, han sido disciplinados en el siglo XX. Las nociones de producción y productividad penetraron en los textos médicos y en las prácticas sanitarias creando una visión negativa de los cuerpos de las mujeres. En nuestra investigación, al preguntar a las mujeres acerca de los imaginarios y significados del ciclo menstrual, encontramos que sus respuestas se asemejan a un caleidoscopio, es decir, integran distintas visiones que recogen las múltiples facetas que conlleva la menstruación en sus vidas, así como las encrucijadas y contradicciones. Por un lado, habría una serie de visiones que señalan -y reivindican- una visión de normalidad y naturalidad acerca de la menstruación, presentes en todas las mujeres aunque algunas más como propuesta ideal que como una experiencia real. Próxima a estas visiones están las que relacionan menstruación con salud y con juventud. Por otro lado, en otras prima la representación de ser una carga, una incomodidad, algo desagradable y vergonzoso. La vergüenza muestra que la menstruación sigue siendo un tabú, y no es entendida como un proceso fisiológico propio del cuerpo de las mujeres sino como algo sucio y desagradable que debe ser escondido y convierte a la higiene y sus cuidados en un imperativo que sobrecarga a las mujeres. Lógicamente, estos prejuicios atávicos (suciedad, vergüenza, repulsión) potencian la relación del malestar asociado al ciclo menstrual. Ninguna de nuestras entrevistadas formaba parte del movimiento activista menstrual contemporáneo25. Sin embargo, tres mujeres se habían acercado a estos grupos que tienen una misión común: borrar la vergüenza menstrual y el estigma a través de la creación de una revolución roja basada en el ecologismo, la feminidad y la salud, cuyo inicio podríamos situarlo en la traducción y publicación del libro Luna Roja de Miranda Gray en nuestro país. Sin embargo, hay que señalar que las mujeres entrevistadas cercanas al feminismo son las que expresan una mayor conciencia, reconocimiento y espíritu crítico frente a estos distintos tabúes que impelen a vivir conflictivamente su condición de mujeres y son las que están haciendo procesos de resignificación y desplazamiento de los mandatos, normas y prejuicios más habituales. Pero además, ninguna de ellas defiende una visión esencialista de la menstruación. 

La diversidad entre las mujeres.

Otro de los elementos que surgen de esta limitada investigación estriba en la diversidad hallada entre las mujeres respecto al fenómeno estudiado, la cual se refleja en múltiples hechos. Por un lado, en sus relatos sobre la menarca que van desde la aceptación con naturalidad de un hecho esperado, pasando por la confusión y la extrañeza por el cambio producido, hasta reacciones de rechazo; sus respuestas ante este hecho están influenciadas por la edad que tenían, por la preparación previa, por las respuestas de las personas más próximas a ellas en ese momento y por el entorno sociocultural. Es interesante comprobar cómo la construcción de significados en torno a la menarca se produce en un contexto de intersubjetividad, en el que a través de las interacciones con las personas significativas se van construyendo las representaciones sobre la menstruación.

Por otro lado, la pluralidad de sentidos con los que vinculan la menstruación y la femineidad. La mayoría critica enérgicamente esta identificación simplista de la menstruación con el hecho de ser mujer. Algunas rechazan que este proceso biológico sea el que mayormente defina su identidad y marque la diferencia sexual. También porque, en el camino de conversión de niña a mujer adulta, la menarca es un ingrediente más del desarrollo, las entrevistadas consideran que ser mujer es algo más complejo, que se conforma a través de distintas experiencias en las que la menstruación no sería el hecho principal. 

Sin embargo, saben que hay algo sobre lo que debemos seguir pensando y es que la menstruación, los mandatos, los estereotipos y las vivencias que se derivan de ello, es algo que específicamente les sucede a las mujeres, no a todas y no siempre, aunque su huella perviva más tiempo. Y esto que atañe de forma directa a muchas mujeres, las puede colocar en un lugar de vulnerabilidad y dependencia, desde el cual es más fácil su subordinación y control en aras del mantenimiento de un sistema que quiere que, entre otras cuestiones, sigan siendo reproductoras y asexuales.

Quizá una antropología feminista de la salud, en la actualidad, debería mantener una actitud crítica que promueva la alteración de las desiguales relaciones de género. Una forma de iniciar este camino fue revisar algunos de los campos consolidados como la salud reproductiva, y analizar los datos procedentes de esta investigación cualitativa sobre el ciclo menstrual. De este modo, encontramos cómo el ámbito reproductivo, a pesar de ser el más estudiado en la vida de las mujeres, presenta numerosas carencias en el acercamiento a procesos como la menstruación y, particularmente, desde ciertas perspectivas centradas en las experiencias cotidianas de las mujeres. Además, en la vida de las mujeres, la menstruación hace presente sus cuerpos, los que están construidos en una interacción constante y compleja entre la biología, la cultura y lo social, entre lo que les acontece, lo que quieren y sus condiciones de vida. Las mujeres entrevistadas tratan de superar la esencialización reproductiva así como el incremento de la medicalización en sus vidas, que puede iniciarse a partir de la llegada de la menstruación. Sin embargo, no es una cuestión trivial, cuando han sido socializadas en visiones patológicas sobre sus cuerpos y cuando la biomedicina hegemónica, al igual que el patriarcado, tratan de mantener una visión monolítica sobre las mujeres, que hemos de ir rompiendo con ejercicios como el de este artículo. 

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